Paz mental en un mundo en llamas

Me he decidido a comenzar una nueva serie en el blog.

Sudapollismo.

Con todas sus letras.

Si el nombre no te ha echado para atrás estás un paso más cerca de una vida más plena y con menos preocupaciones. Seguramente te estarás preguntando a ti mismo:

¿Qué pollas es el sudapollismo?

Ay, amigo (o amiga). La propia palabra lo dice. No se esconde bajo términos seudo-científicos o sicológicos para ocultar lo que todos hemos pensado alguna vez.

—Oye, ¿te apetece chino o pizza para cenar?

—El tipo de sustento que ingiramos esta noche me resulta indiferente desde el punto de vista práctico, pues el resultado de dicha ingesta concluirá nuestro periodo de ayuno iniciado voluntariamente a la hora del almuerzo, evento que particularmente se repite cada día.

Tal vez no lo hayas dicho con las mismas palabras, pero en esencia es lo mismo: “me suda la polla”, con todas las posibles y ricas variantes que nos proporciona el léxico español.

  • Me suda el coño.
  • Me la suda.
  • Me suda el forro de los cojones.
  • Me la refanfinfla (deliciosa palabra que no aparece en el corrector automático del procesador de texto, pero que la RAE incluye en su diccionario)
  • Me la trae al pairo.
  • Me importa un carajo. (Y su corolario, me importa una mierda).

Eso son solo algunos ejemplos, seguro que en tu pueblo existen variantes del mismo concepto con comparaciones súper divertidas con el pueblo vecino.

El caso es que el concepto es el mismo. Sudapollismo. «Hagas lo que hagas o decidas lo que decidas no me importa», «toma tú la decisión por mí» o «eso no me afecta, por tanto no tienes ni que preguntármelo».

Está claro que no puedes decirle a todo el mundo a la cara «me suda la polla». Está feo. Sobre todo a tu suegro. Pero puedes pensarlo. Tus pensamientos son tuyos y de nadie más y eres libre de mandar a paseo a todo lo que te cause cierto nivel de estrés emocional.

En eso se basa esta idea: en decir más «me suda la polla». A todo.

—¿Ya está? ¿Eso es lo que me puedes ofrecer? Pues con la vista previa me sirve, no pienso leer ni una línea más.

Estás en tu derecho, por supuesto. Pero el camino del sudapollista no es un camino sencillo. Hay cientos de obstáculos y situaciones en las que no es posible decir (o pensar) el mantra sagrado. Ahí es donde pienso serte de ayuda, aprendiz sudapollista. Hay que hacerlo de forma segura y concreta, no se puede mandar a freír espárragos a cualquiera por las buenas. Hay que diferenciar sudapollismo de terrorismo emocional.

Antes de entrar en materia, solo quiero dejar un pequeño descargo de responsabilidad: este artículo no está escrito por un sicólogo y por supuesto no ha sido revisado por ninguno. Si tienes problemas de depresión o estrés o cualquier otra condición mental lo que tienes que hacer es llamar a un puto terapeuta. Este artículo lo único que puede hacer por ti es lo mismo que si le dices a un amigo «me siento mal» y él te dice «pues siéntante bien».

Sí, he dicho puto. El disclaimer también me sirve para dejarte claro el tono que vamos a tener aquí. Si te sientes ofendido por palabras o chistes de mal gusto esta tampoco va a ser tu referencia de lectura. Por supuesto, los chistes serán malísimos.

Dicho esto, vamos a estudiar el título de esta entrada: Paz mental en un mundo en llamas.

Porque sí, desde hace tiempo sabemos que la vida es un barco que se hunde, ese barco está en llamas y se está sumergiendo entre los restos de una plataforma de extracción petrolífera que a su vez ¿adivinas? está en llamas. El puto océano arde alrededor de tu barco en llamas.

Pero si algo hemos aprendido de una pandemia mundial y de una guerra en pleno corazón de Europa es que, parafraseando al gran matemático de ficción Ian Malcom, al final, la vida se abre camino. Todo sigue y al universo le importa bien poco lo que hagas o dejes de hacer. Somos tan pequeños en nuestro planeta, comparativamente hablando, que nuestra huella una vez que nos aniquilemos entre todos será de unos cientos de miles de años en la existencia de la tierra que suma ya más de cuatro mil quinientos millones de años.

Millones de años. ¿Habéis leído? y tú vas a pasar menos de cien pisando este mundo mientras te sientes ofendido porque alguien se ha referido a ti de manera incorrecta.

¿Queréis otra comparación para ver lo pequeños que somos? Sin desplazarnos mucho en el tiempo. Aquí y ahora gracias al concepto de la biomasa. Haz el ejercicio de sumar (abstracto, por favor, no vayas a por lápiz y papel) todo el peso de todos los hombres, animales y peces en el océano. Sale un número enorme, ¿verdad? Pues representa solo un 0,36% del peso total de los seres vivos que habitan la tierra. Nos superan hasta las setas. LAS SETAS.

Fuente: Yinon M. Bar-On, Rob Phillips, and Ron Milo (2018) The biomass distribution on Earth

¿Y crees que tus problemas son demasiado importantes como para que les importen a alguien una mierda? A menos que ocupes un puesto de responsabilidad en el gobierno dudo que alguno de estos problemas vayan a afectar al curso de la historia. Y si eres un ministro o presidente de algún país y estás leyendo este artículo el problema lo tenemos nosotros.

Así que observando con esta perspectiva la pregunta no es «¿Cómo me hago sudapollista». La pregunta para mí sería: «¿Por qué no es todo el mundo sudapollista?»

Ahí está el quid de la cuestión. No somos más sudapollistas en el mundo porque nos educan para que nos importe todo. Aprendemos desde pequeñitos a ser el centro del universo y tengo una mala noticia para ti en este momento. Ese universo tan grande y tan vasto no te está mirando a ti, José Luis, cómo te sacas pelotillas de la nariz y dudas si es más asqueroso comerte el moco o pegarlo con cierta conciencia artística en la pared.

Al universo le suda la polla lo que hagas con ese moco, José Luis. Como le ha sudado la polla que estudiaras derecho en lugar de arte dramático, que era lo que realmente querías hacer con dieciocho años al salir del instituto. ¿A quién hizo feliz esa decisión? Al universo no. A ti no. Entonces, ¿a quién?

¿Veis a dónde quiero llegar? Vivimos condicionados por decisiones que no tomamos nosotros mismos, que nos hacen ser menos felices y llenan el mundo de abogados amargados, funcionarios desmotivados y dentistas cuya única satisfacción consiste en ver cuál es el límite de anestesia que te pueden poner hasta que sientes dolor. Si les sudara la polla te dormirían media cabeza y tú irías al dentista feliz a inconsciente.

¿Le estoy diciendo a José Luis que deje su trabajo en el bufete de abogados de su padre y siga su sueño de ser actor, aunque ya de pequeño solo le daban papeles de “árbol número 3” en la obra del cole? No, por supuesto que no. O sí. No lo sé. Pero la decisión es suya y le debe sudar la polla lo que piense yo, puesto que estamos tres días en este puto planeta y lo único que podemos ser es felices. O al menos intentarlo.